[Escrito original de Karl Jahn. Traducción, títulos y notas de la Liga Distributista.]
La persona, la familia, el hogar y la comunidad como claves de interpretación
El distributismo se dirigía a mejorar la condición espiritual del pueblo tanto como su condición material y política, asegurando que los hombres tengan suficiente seguridad material, comodidades y tiempo libre como para vivir una vida humana completa. Pero más allá de esto, se dirigía a infundir de valores espirituales la vida ordinaria misma, incluyendo el trabajo.
El control espiritual sobre el entorno de uno es al menos tan importante como el control físico sobre los medios de subsistencia. Los distributistas creían que un hombre se siente más feliz, más digno y más imagen de Dios, cuando (por ejemplo) el sombrero que lleva es su propio sombrero; y no sólo su sombrero, sino su casa, el piso que camina y así sucesivamente. La propiedad es algo sobre lo que el hombre impone, y con ello expresa, su personalidad —aquello a lo que puede imprimirle su propia imagen—. Sin la propiedad, el hombre no sólo está empobrecido, sino que también está deshumanizado.
Por esa razón, el hombre se ve también deshumanizado por la avaricia y el consumismo —lo que lo lleva a adquirir propiedad sin límite, subordinando todas las preocupaciones humanas a las demandas brutales del frío y duro dinero—. El individualista moderno está perdido en una bruma de abstracciones a la deriva, ve libertad donde los hombres están realmente sometidos a la servidumbre, ve independencia donde los hombres están en realidad confinados a la especialización del hormiguero, ve iniciativa individual donde los hombres están realmente sometidos a una rutina aburrida.
El artesanado y la agricultura campesina eran ideales distributistas porque son ocupaciones creativas, más que meramente productivas, que han sido destruidas por el desalmado sistema de fábricas. Esto se ve demostrado históricamente por el hecho de que no existe algo así como un “Arte Proletario”, al mismo tiempo que sí existe y muy enfáticamente algo como un “Arte Campesino”. Esto explica porqué las políticas económicas propuestas para el Estado distributivo giran en torno a la tierra y las guildas: esto es, la restauración del campesinado y el establecimiento del control popular sobre el resto de la industria.
Casi tan importante, en el esquema distributista de las cosas, son las instituciones interrelacionadas del matrimonio, la familia y el hogar. Dado que cada individuo está incompleto, la familia es la unidad básica de la sociedad, en la cual el varón y la mujer, el anciano y el joven, se unen como partes complementarias de un todo. Las disposiciones de la raza humana para reproducirse son apenas menos importantes que las disposiciones de ella para producir su subsistencia. Estas disposiciones deben ser estables, estar bien protegidas y, sobre todo, privadas. Del mismo modo que el sacramento del matrimonio es una garantía espiritual para la seguridad de la familia, la casa privada es su garantía material (propietaria). De hecho, “el reconocimiento de la familia como la unidad del Estado es el centro del Distributismo. La insistencia en la propiedad para proteger su libertad es lo periférico.”
El hogar, como el pequeño comercio o el minifundio, es un lugar de privacidad y poder individual, tanto para el varón como para la mujer. Consecuentemente, es absurdo hablar de “emancipar” a la mujer del hogar. “No daría a la mujer más derechos, sino más privilegios. En vez de enviarla a buscar la libertad tal como la proveen los bancos y las fábricas, diseñaría una casa en la cual ella pueda ser libre.” En el Estado distributista ideal, también los varones podrán trabajar en casa —en sus propios terrenos o en sus propios tallerres—. La idea distributista de que el trabajo de la mujer es distinto al trabajo del hombre está con seguridad fuera de moda, pero es tan buena como importante. Tanto para el varón como para la mujer, el trabajo debe ser creativo y significativo. La domesticidad no puede ser degradante, pues ¿qué puede ser más digno que cuidar y educar a seres humanos jóvenes?
Más allá de la misma familia, los distributistas tenían a la comunidad campesina como el ideal social, una sociedad que es “comunal pero no comunista”. Como siempre, prefiriendo el ejemplo concreto a la idea abstracta, Chesterton declaró que “no existe palabra más noble en toda la poesía que pub”. Esto nos provee con un tercer lugar para la libertad, fuera del hogar y del trabajo, la que nutre “el espíritu masculino de igualdad” —la igualdad de la camaradería genuina, espontánea porque tradicional, a diferencia de la “camaradería” falsa y forzada del socialismo—.
Or if ever I grow to be old,
I will build a house with deep thatch
To shelter me from the cold,
And there shall the Sussex songs be sung
And the story of Sussex told." *
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