El mapa no es el territorio:
Ensayo sobre el
estado de la ciencia económica
John Kay*, Institute for New Economic Thinking, 26
de septiembre de 2011.
La reputación de la ciencia económica y de los economistas, que nunca
fue buena, es una de las víctimas de la crisis económica de 2008. La Reina [de
Gran Bretaña] no estaba sola cuando preguntó públicamente por qué nadie la
había predicho. Una crítica aún más seria es que el debate sobre la política
económica que siguió parece una representación del que tuvo lugar tras 1929. La
cuestión está en la disyuntiva austeridad presupuestaria versus estímulo
fiscal, y las posiciones de los protagonistas son completamente predecibles en
base a sus lealtades políticas previas.
El caudillo de los macroeconomistas modernos, Robert Lucas, respondió la
pregunta de la Reina en un artículo escrito por invitación en la revista The Economist de agosto de 2009.[1] La crisis no fue predicha,
explicaba, porque la teoría económica predice que tal tipo de eventos no pueden
ser predichos. Ante una respuesta como esa, un soberano inteligente va a buscar
respuestas en otro lado.
Pero no irá a buscarlas al principal socio de Lucas, que está aún menos
dispuesto a pedir disculpas. Edward Prescott, como Lucas, un ganador del Premio
Nobel, comenzó un reciente discurso ante un grupo de premiados anunciando que
“ésta es una buena época para la economía agregada”. Thomas Sargent, cuyo rol
en el desarrollo de las ideas de Lucas ha sido decisivo, aún es más duro.[2] Sargent observa que los
críticos como Su Majestad “reflejan una triste ignorancia o un desprecio
intencional de lo que trata la macroeconomía moderna”. “Cortadle la cabeza”,
tal vez. Pero antes de considerar este tipo de respuestas como ridículas,
consideremos por qué estos economistas las consideran apropiadas.
En su conferencia ofrecida al recibir el Premio Nobel de Economía en
1995,[3] Lucas describió su modelo
básico. Ese modelo se ha desarrollado convirtiéndose en el enfoque dominante de
la macroeconomía actual, llamado actualmente equilibrio general estocástico
dinámico. En ese paper, Lucas hace
los siguientes supuestos (entre otros): todos vivimos por dos períodos, de
igual duración, y trabajamos en uno y gastamos en otro; sólo existe una
mercancía y no hay posibilidad de atesorarla o invertirla; sólo existe un único
tipo homogéneo de trabajo; no existe ningún tipo de mecanismo de apoyo familiar
entre las generaciones más vieja y más joven. Y así otras.
Toda ciencia usa supuestos simplificadores
irreales. Los físicos describen el movimiento en un plano sin fricción y la
gravedad en un mundo sin resistencia aérea. No porque alguien crea que existe
un mundo sin fricción o sin aire, sino porque es demasiado difícil estudiar
todo a la vez. Un modelo simplificador elimina factores co-fundantes y se
enfoca en un asunto particular que sea de interés. Para poner en práctica ese
tipo de modelos, uno debe estar dispuesto a volver a incluir los factores
excluidos. Probablemente uno se
encontrará con que esta modificación tiene importancia en algunos problemas y
no la tiene en otros —la resistencia del aire hace la diferencia cuando se
trata de la caída de una pluma, pero no con una bala de cañón.
Pero Lucas y los que lo siguen, se empeñan sin
disimulo en un ejercicio muy distinto, de la clase explicada por la filósofa
Nancy Cartwright.[4]
La característica distintiva de este enfoque es que la lista de supuestos
irreales simplificadores es demasiado larga. Lucas fue explícito en cuanto a
sus objetivos: [5]
“la construcción de un mundo mecánico artificial poblado por robots
interactivos como lo que estudia la economía de manera típica”. Una teoría
económica, explica, es algo que “puede ser introducido y corrido en una
computadora”. Lucas llamó a las estructuras como éstas “economías análogas”,
porque son, de alguna forma, sistemas económicos completos. Se parecen al mundo
desde lejos, pero un mundo tan rebajado que todo en él es conocido o puede ser
fabricado. Estos modelos se parecen a la Tierra Media de Tolkien o a un juego
de computadoras como el “Grand Theft Auto” (GTA).
El creer que todo problema tiene una respuesta,
incluso y tal vez especialmente si tal respuesta es difícil de encontrar, llena
una necesidad muy humana. Por esa razón, mucha gente tiene obsesión con estos
mundos artificiales, como los juegos de computadora, en que pueden verse las
conexiones entre las acciones y los resultados. Muchos economistas que
persiguen este tipo de enfoques son similarmente a-sociales. Probablemente no
es un accidente que la economía sea, por lejos, una de las ciencias sociales
con mayor proporción de varones.
Uno puede aprender técnicas o adquirir ideas
útiles jugando estos juegos, y algunos lo hacen. Si los compiladores son buenos
en su trabajo, como lo son, los efectos de sonido, los eventos y los resultados
de los juegos de computadora se parecen a los que escuchamos y vemos —pueden,
para utilizar un término que Lucas y sus colegas han popularizado, ser
calibrados frente al mundo real. Pero esa correspondencia no valida el modelo
de ninguna forma. La naturaleza de estos sistemas auto-contenidos es que las
estrategias exitosas son el producto de los supuestos hechos por los autores.
Obviamente no se puede inferir que las políticas que resultaron en el Grand
Theft Auto sean políticas apropiadas para los gobiernos y las empresas.
Sin embargo, esta correspondencia parece ser lo
que los proponentes de este enfoque esperan lograr —e incluso dicen haber
logrado. El debate entre la austeridad y el estímulo, en los círculos
académicos, es en gran parte un debate sobre la validez de una propiedad
llamada equivalencia ricardiana, que se observa en este tipo de modelo. Si el
gobierno emprende el estímulo fiscal de gastar más o reducir impuestos, la
gente se dará cuenta de que esa política significa mayores impuestos o un menor
gasto en el futuro. Incluso si creen estar mejor hoy, se verán más pobres en el
futuro, y por una cantidad similar. Anticipando esto, se retraerán y el gasto
público reemplazará al gasto privado. La política fiscal será, por lo tanto,
ineficaz como medio para responder a la dislocación económica.
En una defensa más extendida del enfoque DSGE,
John Cochrane, colega de Lucas en Chicago, presenta la tesis de la ineficacia
de la política —reconociendo inmediatamente que los supuestos que levanta “son,
como es costumbre, obviamente irreales”.[6] Para la mayoría de la
gente, eso puede ser el final de la discusión. Pero no lo es. Cochrane prosigue
diciendo que “si uno quiere entender los efectos del gasto público, tiene que
especificar por qué los supuestos que llevan a la equivalencia ricardiana son
falsos”. Ésta es una exigencia razonable, aunque sea demasiado fácil de
satisfacer —como el mismo Cochrane reconoce.
Pero Cochrane no se va a rendir tan fácilmente.
Sigue diciendo que “los economistas han pasado una generación dándole vueltas a
la teoría de la equivalencia ricardiana y calculando los efectos probables del
estímulo fiscal a la luz de esta teoría, generalizando los ‘qué pasa si’ e
imaginando los ‘por lo tanto’. Justamente ésta es la forma correcta de hacer
las cosas.” El programa que describe Cochrane modifica el modelo básico de un
modo mecánico que lo hace más complejo, pero no necesariamente más realista, al
introducir parámetros adicionales que llevan etiquetas como “fricciones” o
“costos de transacción” —del mismo modo que el compilador de un videojuego
puede introducir un módulo nuevo o un efecto de sonido adicional.
¿Por qué es ésta “justamente la forma correcta
de hacer las cosas”? Existen, al menos, dos formas alternativas de proceder. Uno podría construir una economía análoga
distinta. Joe Stiglitz, por ejemplo, favorece un modelo que retiene muchos de
los supuestos de Lucas pero que da importancia crítica a las imperfecciones de
la información.[7]
Después de todo, la equivalencia ricardiana requiere que los hogares posean
mucha cantidad de información acerca de sus futuras opciones presupuestarias o
que, al menos, se comporten como si la tuvieran. Una modificación más radical
podría ser un modelo basado en agentes, por ejemplo, que asume que los hogares
responden rutinariamente a los eventos de acuerdo con reglas específicas de
comportamiento. Estos modelos pueden también ser “introducidos y corridos en
una computadora”. No es obvio al comienzo —ni en retrospectiva generalmente— si
los supuestos, o conclusiones, de estos modelos son más, o menos, plausibles
que las del tipo de modelo que favorecen Lucas y Cochrane.
Pero otro enfoque descartaría en su conjunto la
idea de que el mundo económico puede ser descripto por un modelo de aplicación
universal en que todas las relaciones claves estén predeterminadas. La conducta
económica está influenciada por la tecnología y la cultura, las cuales
evolucionan de maneras que, si bien no son aleatorias, no pueden ser descriptas
totalmente, o tal vez, no pueden ser
descriptas con las variables y las ecuaciones que son familiares para los
economistas. Los modelos, al ser empleados, deben por lo tanto especificar su
contexto, de la manera sugerida en un libro reciente por Roman Frydman y
Michael Goldberg.[8]
En ese mundo ecléctico, la equivalencia
ricardiana no es más que una hipótesis sugerente. Es posible que algunos de sus
efectos existan. Un puede ser escéptico acerca de si son muchos efectos y
sospechar su tamaño depende de un rango de factores co-fundantes y contingentes
—la naturaleza del estímulo, la situación política completa, la naturaleza de
los mercados financieros y de los sistemas de seguridad social. Esto es lo que
la generación de economistas que siguieron a Keynes hicieron cuando estimaron
la función de consumo —intentaron medir cuánto del estímulo fiscal se gastaba—
y el “multiplicador” que de ello resultaba.
Pero hoy en día uno no puede publicar artículos
similares en las buenas revistas de economía. Se le dirá que su modelo es
teóricamente inadecuado —carente de rigor, sin demostrar consistencia. Sería
acusado del pecado cardinal de ser “ad hoc”. Rigor y consistencia son las
palabras más poderosas en la ciencia económica actual.
Tienen virtudes innegables, pero para los
economistas tienen interpretaciones particulares. La consistencia significa que
cualquier proposición acerca del mundo debe ser hecha a la luz de una teoría
descriptiva y comprensiva del mundo. El rigor significa que las únicas
afirmaciones válidas son las deducciones lógicas a partir de supuestos
específicos. La consistencia es, por lo tanto, una invitación a la ideología, y
el rigor es una invitación a la matemática. Esta curiosa combinación de
ideología y matemática es el fundamento de lo que con frecuencia llamamos
“economía de agua dulce” —nombre que refleja la proximidad de Chicago, y otros
centros académicos como Minneapolis y Rochester, a los Grandes Lagos.
La consistencia y el rigor son característicos
del enfoque deductivo que saca conclusiones de un grupo de axiomas —y cuya
relevancia empírica depende por completo de la validez universal de sus
axiomas. Las únicas descripciones que llenan por completo los requisitos de
consistencia y rigor son los mundos completos artificiales, como los del Grand
Theft Auto, que pueden ser “introducidos y corridos” en una computadora.
Para muchos, el razonamiento deductivo es la
marca de la ciencia, mientras que la inducción —en la que el argumento es
derivado de la materia objeto— es la característica del método de la historia y
la crítica literaria. Pero ésta es una distinción artificial y exagerada. “La
primera sirena de la belleza”, dice Cochrane, “es la consistencia lógica”.
Parece imposible que cualquiera que conozca los grandes logros de la humanidad
—en el arte, en las humanidades o en las ciencias— pueda realmente creer que la
primera sirena de la belleza es la consistencia. Ésta no es la forma en que Shakespeare, Mozart o Picasso —o Newton
o Darwin— enfocaron su tarea.
El asunto aquí no es, por lo tanto, la matemática contra la poesía. El
razonamiento deductivo de cualquier tipo necesariamente se basa en la
matemática y la lógica formal. El razonamiento inductivo se basa en la
experiencia y, sobre todo, en la cuidadosa observación y puede, o no, hacer uso
de la estadística y la matemática. La mayor parte del progreso científico ha
sido inductivo: se observan las regularidades empíricas antes de tener una
comprensión clara de los mecanismos que las generan. Esto es cierto incluso en
las ciencias duras como la física, y más cierto aún en las disciplinas
aplicadas como la medicina o la ingeniería. Los economistas que afirman que las
únicas prescripciones válidas de política económica son las deducciones lógicas
de un sistema axiomático completo, siguen las recetas de doctores que, con
frecuencia, no saben de esas medicinas mucho más de que aparentemente sirven
para tratar esa enfermedad. Esos médicos son “ad hoc” sin vergüenzas; aunque
tal vez pragmático es un término mejor. Con ironía exquisita, Lucas está a
cargo de la cátedra John Dewey, el teórico del pragmatismo norteamericano.
Tal vez se puede criticar a los ingenieros y a los doctores por dar
demasiada ponderación a su propia experiencia y a sus observaciones personales.
Con frecuencia son escépticos, no sólo respecto a la teoría, sino también en
relación a datos que no hayan relevados ellos mismos. Por el contrario, la
mayoría de los economistas modernos no realizan observaciones personales de
ningún tipo. El trabajo empírico de la ciencia económica, del que hay bastante,
consiste predominantemente en el análisis estadístico de grandes series de
datos compilados por otra gente.
Pocos economistas modernos, por ejemplo, monitorearían la conducta de
Procter & Gamble, recolectarían datos del mercado del acero, u observarían
el comportamiento de los corredores de valores. El economista moderno es un
médico clínico sin pacientes, un ingeniero sin proyectos. Y dado que estos
economistas no parecen relacionarse con los asuntos que preocupan a las
empresas reales y a los hogares reales, los clientes no llegan.
Sin embargo, existen muchos trabajos bien remunerados para los
economistas fuera de la academia. Ya no en empresas industriales y comerciales,
que mayormente han decidido que los economistas no les sirven. Los economistas
empresariales trabajan en instituciones financieras, que principalmente los
usan para entretener a sus clientes en el almuerzo o hacer publicidad de sus
bancos en entrevistas televisivas. Las consultoras económicas emplean a
economistas que escriben panfletos dirigidos a los economistas que trabajan en
el gobierno o en agencias regulatorias.
El desprecio mutuo entre el economista y la gente práctica no es el
resultado del desinterés de la gente práctica en los asuntos económicos —están
obsesionados con ellos. Frustrados, basan sus ideas macroeconómicas en un
razonamiento inductivo rudimentario, como en los intentos de encontrar algún
patrón elemental en los datos —¿la recesión tendrá la forma de una “V” o de una
“L”? El libro Freakonomics,[9] que
aplica pensamiento analítico simple a los problemas diarios, ha sido un
best-seller por muchos años. Ideas elegantemente etiquetadas que resuenan con
la experiencia reciente —como el momento Minsky, el punto crítico [10],
el Cisne Negro [11]—
son absorbidas entusiastamente por la cultura popular.
Si mucho del trabajo de
investigación moderna de la profesión del economista está, por lo tanto,
desconectada del mundo diario de las empresas y las finanzas, lo mismo puede
decirse de lo que se enseña a los alumnos. La mayoría de los finalizan un curso
de grado de economía hoy no está equipada para leer el Financial Times. Pueden importar datos del PBI o del índice de
inflación minorista desde un paquete estadístico, y lo habrán hecho ya, pero no
tienen idea de dónde provienen esos números. Apenas estarán mejor preparados
que la gente de la calle para responder a preguntas como “¿por qué las
industrias nacionalizadas en Francia fueron más eficientes que las
nacionalizadas en Gran Bretaña?”, “¿por qué un maestro de escuela en Suiza
recibe un mejor salario que uno en la India?”, o la vieja pregunta filtro de
examen, “¿los asientos de cine en Londres son caros porque los alquileres en
Londres son caros o viceversa?”
En una defensa muy comentada
de su reciente educación de postgrado, Kartik Athreya explica —aprobándolo— que
“la mayor parte de mi trabajo de primer año (del doctorado) consistió en
escribir definiciones tediosas de resultados internamente consistentes. No
analizarlos, sólo definirlos”.[12]
Muchas disciplinas incluyen la tediosa adquisición repetitiva de conocimientos
básicos —pensemos en el derecho o la medicina— ¿pero puede ser correcto que la
esencia de la capacitación avanzada en economía consista en el chequeo de
definiciones de consistencia?
Un informe sobre la enseñanza
de la economía de hace dos décadas concluyó que los estudiantes debían aprender
a “pensar como economistas”. Pero “pensar como economista” se ha llegado a ser
interpretado como la aplicación del razonamiento deductivo sobre la base de un
conjunto particular de axiomas. Otro premio Nobel de Chicago, Gary Becker,
ofrece la siguiente definición: “la combinación de supuestos de conducta
maximizadora, equilibrio de mercado y preferencias estables, utilizados de
manera continua y consistente, constituyen el centro del enfoque económico”.[13]
El Nobel de Becker le fue otorgado por “haber extendido el dominio del análisis
microeconómico a un amplio abanico de conductas económicas”. Pero tal extensión
no es un fin en sí misma: su valor sólo puede descansar en nuevos estudios de esas
conductas.
“El enfoque económico”
descripto por Becker no es, en sí mismo, absurdo. Lo que es absurdo es
pretender la exclusividad como él hace: la deducción a priori de un conjunto
particular de supuestos simplificadores irreales no es una buena herramienta
sino “el centro del enfoque económico”. La exigencia de universalidad va
adherida a los requerimientos de consistencia y rigor. Creyendo que la economía
es como suponen que es la física —en forma no necesariamente correcta—, los
economistas como Becker consideran una teoría científicamente válida como una
representación de la verdad —una descripción del mundo que es independiente del
tiempo, el lugar, el contexto o el observador.
Eso es lo que Prescott tiene en mente al insistir en el término “economía
agregada” en vez de macroeconomía —sólo existe una única economía, explica.
El requisito de universalidad,
unido al supuesto de consistencia, lleva a la hipótesis de las expectativas
raciones y a un conjunto de argumentos agrupados bajo la rúbrica de “la crítica
de Lucas”. Si existiese un modelo universal como ése del mundo económico, los
agentes económicos deberían comportarse como si tuvieran conocimiento del mismo
o, al menos, como si contasen con todo el conocimiento de aquél que está
disponible, sino su conducta maximizadora sería inconsistente con las
predicciones del modelo. Éste es un argumento de reductio ad absurdum que demuestra la imposibilidad de cualquier
modelo universal —dado que las implicancias de la conclusión de la conducta de
todos los días son ridículas, el supuesto de un modelo universal es falso.
Pero ésta no es la forma en
que dicho argumento ha sido interpretado. Dado que los seguidores de este
enfoque creen fuertemente en la premisa—negar que exista un único modelo
pre-especificado que determine la evolución de las series económicas sería,
según ellos, negar que pueda existir una ciencia económica— aceptan la
conclusión de que las expectativas sean conformadas por un proceso consistente
con el conocimiento general de ese modelo. Bajo ningún aspecto es la primera
vez que gente cegada por la fe o la ideología han seguido premisas falsas hacia
conclusiones absurdas —y, como sus predecesores religiosos y políticos, han
llegado a creer que aquéllos que no están de acuerdo lo hacen por “triste
ignorancia o desprecio intencional”.
Sin embargo, esto no es
ciencia, sino lo opuesto. La ciencia practicada apropiadamente siempre es
provisoria y abierta a revisión a la luz de nuevos datos o la experiencia; pero
la mayoría de la macroeconomía moderna tortura los datos para demostrar la
consistencia de una cosmovisión a priori o
elabora la definición de racionalidad para hacerla consistencia con cualquier
conducta observada.
Esta falacia es bien descripta
por Donald Davidson:
“Tal vez es natural pensar que
existe una única forma de describir las cosas que llega a su naturaleza
esencial, ‘una interpretación del mundo que es correcta’, y, una descripción de
‘la realidad como es en sí misma’. Por supuesto que no existe una
‘interpretación’ o descripción única, ni siquiera en el o los idiomas que
dominemos, ni en ningún lenguaje posible. O tal vez deberíamos sólo decir que
ésta es una idea sobre la cual nadie ha pensado lo suficiente.” [14]
Y los economistas no han
pensado lo suficiente en esto, aunque han sido persistentes intentándolo.
Los modelos económicos no son
más, ni menos, que abstracciones potencialmente iluminadoras. Otro filósofo,
Alfred Korzybski, lo pone en términos sintéticos: “el mapa no es el
territorio”.[15]
La economía no es una técnica en busca de problemas sino un conjunto de
problemas en busca de una solución. Estos problemas son variados y las
soluciones serán inevitablemente eclécticas.
Esto es cierto especialmente
al analizar la crisis del mercado financiero de 2008. La afirmación de Lucas de
que “nadie pudo haberla predicho” contiene una verdad importante, aunque
parcial. No existe base objetiva para predicciones del tipo “Lehman Brothers
será liquidada el 15 de septiembre”, porque si así fuese, la gente actuaría con
esa expectativa y, muy probablemente, Lehman sería liquidada inmediatamente. El
mundo económico, mucho más que el mundo físico, está influenciado por sus
propias creencias acerca de él mismo.
Esta forma de pensar lleva,
como explica Lucas, directamente a la hipótesis del mercado eficiente —la
información disponible ya está incorporada en el precio de los títulos valores.
Y ciertamente hay una cuota sustancial de verdad en esto—las posibilidades de
crecimiento de Apple y Google, los problemas de Grecia y la Eurozona, todos
están reflejados en los precios de las acciones, los bonos y las divisas. La
hipótesis del mercado eficiente es una idea iluminadora, pero no es “la
realidad en sí misma”. La información se refleja en los precios, pero no
necesariamente de manera correcta o completa. Existe una enorme diferencia
entre comprender y creer, y las diferentes percepciones acerca del futuro
apenas si son perceptibles.
En su respuesta en The Economist, Lucas reconoce que se han
descubierto “excepciones y anomalías” de la hipótesis de mercado eficiente,
“pero que a los fines de los análisis y pronósticos macroeconómicos son
demasiado pequeñas para importar algo”. ¿Cómo puede alguien prever por
adelantado no sólo esta crisis sino también cualquier crisis futura, si las excepciones
y las anomalías de la hipótesis de mercado eficiente son “demasiado pequeñas
para importar algo”?
Se puede aprender bastante
acerca de los desvíos a la hipótesis de la eficiencia de mercado y del rol que
éstos jugaron en la reciente crisis financiera, a partir de las descripciones
periodísticas realizadas por gente como Michael Lewis [16]
y Greg Zuckerman [17]
que relatan las acciones de algunos individuo que sí los predijeron. El gran
volumen de material de este tipo que ha aparecido sugiere distintos caminos que
podemos explorar para comprender. Podríamos desarrollar modelos en los que
algunos agentes comerciales tienen incentivos alineados con los de los
inversores que los financian y otros no. Podríamos describir cómo los precios
son productos del choque entre narraciones que compiten entre sí para explicar
el mundo. Podríamos apreciar las reacciones humanas naturales que hacen difícil
mantener posiciones cortas [es decir, sin la posesión del activo subyacente]
cuando éstas generan pérdidas trimestre tras trimestre.
Este pensamiento pragmático,
que emplea numerosas herramientas, es una forma mejor de comprender el fenómeno
económico que “la combinación de supuestos de conducta maximizadora, equilibrio
de mercado y preferencias estables, utilizados de manera continua y
consistente” —y la exclusión de cualquier otro enfoque “ad hoc”. Un análisis
más ecléctico requeriría no sólo de una lógica deductiva sino también de la
comprensión de la formación de los procesos de creencias, de la antropología,
de la psicología y del comportamiento organizacional, y de la meticulosa
observación de lo que la gente, las empresas y los gobiernos hacen realmente.
No se puede aprender nada acerca de cómo estas cosas influyen en los precios
con la premisa de que los desvíos a una teoría específica de la determinación
de precios son “demasiado pequeños para importar” porque todo lo que es
conocible ya es sabido y, por lo tanto, está “en el precio”. Y ésta es la razón
por la cual los estudiantes, de hecho,
no aprenden nada de estas materias, excepto tal vez mediante las
lecturas extracurriculares.
Lo que Lucas quiere significar
cuando afirma que los desvíos son “demasiado pequeños para importar” es que los
intentos de construir modelos generales a partir de los desvíos a la hipótesis
del mercado eficiente —especificando reglas mecánicas de transacciones o
desarrollando ecuaciones para identificar burbujas en los precios de activos
financieros— no han tenido demasiado éxito. Pero esto es equivocar el tiro: el
jugador experto de billar realiza un juego casi perfecto [18],
pero son las imperfecciones de juego entre los expertos las que determinan el
resultado del partido. Hay un cierto sentido—trivial—en el cual los desvíos en
los mercados eficientes son demasiado pequeños para importar —y hay otro
sentido, más importante, donde los desvíos son lo principal que importa.
La afirmación de que la mayoría
de las oportunidades de ganancias en los negocios o en los mercados de títulos
valores ya han sido aprovechadas está justificada. Pero es la búsqueda de
oportunidades de negocios que no han sido aprovechadas las que llevan adelante
los negocios, la creencia de que aún existen oportunidades de ganancias que no
han sido arbitradas es la que explica por qué aún se negocian tantos títulos
valores. Lejos de ser “demasiado pequeños para importar”, estos desvíos de los
supuestos del mercado eficiente, no necesariamente grandes, son la dinámica de
la economía capitalista.
Estas anomalías son idiosincrásicas
y no pueden, por su propia naturaleza, ser derivadas de deducciones lógicas a
partir de un sistema axiomático. La característica distintiva de un Henry Ford,
un Steve Jobs, un Warren Buffett o un George Soros es que sus conductas no
pueden ser predichas por ningún modelo pre-especificado. Si el comportamiento
de estos individuos pudiese ser predicho de esta forma, no hubiesen sido
innovadores ni ricos. Por eso las consecuencias no son simplemente “demasiado
pequeñas para importar”.
La afirmación prepostera de
que los desvíos de la eficiencia del mercado no sólo son irrelevantes en la
reciente crisis sino que nunca podrían ser relevantes, es el producto de un
medioambiente en el que la deducción ha reemplazado a la inducción y en el que
la ideología ha tomado el lugar de la observación. La creencia en que los
modelos no sólo son herramientas útiles sino incluso capaces de producir
descripciones comprehensivas y universales del mundo, han cegado a sus
proponentes ante realidades que les dan en la cara. Esa ceguera fue un elemento
de la crisis actual y condiciona nuestras aún ineficaces respuestas. Los economistas—tanto
en la función pública como en la academia—estuvieron jugando obsesivamente al
Grand Theft Auto mientras que el mundo a su alrededor se desmoronaba.
* John Kay es un economista británico (n. 1948
en Edinburgo, Escocia). Educado en Oxford, donde fue profesor durante 8 años, pasó
luego al Instituto de Estudios Fiscales durante similar período. Ingresó posteriormente
a la London Business School y fundó la consultora London Economics. Cuando la
Universidad de Oxford creó su Escuela de Negocios, fue designado su primer
director; pero renunció a los 2 años por diferencias con las autoridades. Desde
entonces, además de consultor, dicta conferencias y contribuye regularmente al Financial Times. Su último libro, en el
terreno de la divulgación, es Obliquity:
Why our goals are best achieved indirectly, donde demuestra por qué las
empresas que van detrás de objetivos económicos terminan perdiendo vigor y
decayendo, mientras que aquéllas que persiguen la excelencia en lo que hacen,
luego consiguen el éxito económico necesario.
[1]
Robert Lucas, “In defence of the dismal science”, The Economist, 6 de agosto de 2009.
[2] “Interview
with Thomas Sargent”, The Region: Banking
and Policy Issues Magazine (The Federal Reserve Bank of Minneapolis ), agosto de 2010.
[3]
Robert Lucas, “Monetary Neutrality”, Prize Lecture to the Memory of Alfred
Nobel, 7 de diciembre de 1995, Nobel
Lectures: Economics 1991-1995 (Singapore: Torsten Persson/World Scientific
Publishing, 1997).
[4]
Nancy Cartwright, Hunting Causes and
Using Them: Approaches in Philosophy and Economics (Cambridge : University Press, 2007).
[5]
Robert E. Lucas Jr., “On the mechanics of economic development”, Journal of Monetary Economics, vol. 22,
issue 1, Julio de 1988, pp. 3-42.
[6]
John H. Cochrane, “How did Paul Krugman get it so Wrong?”, Chicago Faculty Research Paper, 16 de septiembre de 2009.
[7]
Joseph E. Stiglitz y Andrew Murray
Weiss, “Credit Rationing in Markets with Imperfect Information”, American Economic Review, vol. 71, issue
3 (1981), pp. 393-410.
[8]
Roman Frydman y Michael D. Goldberg, Imperfect
Knowledge Economics: Exchange Rates and Risk (Princeton :
University Press, 2007).
[9] Steven
D. Levitt y Stephen J. Dubner, Freakonomics:
A Rogue Economist Explores the Hidden Side of Everything (Nueva York:
Harper Collins, 2005).
[10]
Malcolm Gladwell, The Tipping Point: How
Little Things Can Make a Big Difference (Nueva York: Little, Brown & Co.,
2000).
[11]
Nassim Nicholas Taleb, The Black Swan:
The Impact of the Highly Improbable (Nueva York: Random House, 2007).
[12]
Kartik Athreya, “Economics is Hard: Don’t Let Bloggers Tell You Otherwise”,
Research Department, Federal Reserve Bank of Richmond , 17 de junio de 2010.
[13]
Gary S. Becker, The Economic Approach to
Human Behavior (Chicago: University Press, 1978).
[14]
Robert B. Brandom (Ed.), Rorty and His
Critics (Malden , MA : Blackwell, 2000).
[15]
Alfred Korzybski, A Non-Aristotelian
System and its Necessity for Rigour in Mathematics and Physics, Paper
presentado ante la American Mathematical Society, en Nueva Orleans, el 28 de
diciembre de 1931.
[16]
Michael Lewis, The Big Short: Inside the
Doomsday Machine (Nueva York: W. W. Norton, 2010).
[17]
Gregory Zuckerman, The Greatest Trade
Ever: The Behind-the-Scenes Story of How John Paulson Defied Wall Street and
Made Financial History (Nueva York: Crown Business, 2009).
[18] El
famoso ejemplo utilizado por Milton
Friedman y L. J. Savage, “The Utility Analysis of Choices Involving Risk”,
The Journal of Political Economy,
vol. LVI, number 4 (Agosto, 1948).
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