por Allan C. Carlson*, Chronicles, Julio de 2020.
El Distributismo cristiano celebra lo pequeño y lo
humano. Descansa sobre fuertes economías hogareñas y exige la más amplia
posible distribución y posesión de la propiedad productiva. Favorece la propiedad
de los trabajadores, a través de cooperativas, de las necesariamente más
grandes máquinas y empresas. Requiere y refuerza comunidades locales, ligadas
por lazos familiares, de fe y de oficio. Acoge matrimonios de por vida y
fértiles de hombres y mujeres. Favorece el cuidado hogareño de los ancianos y
los enfermizos, así como la educación centrada en la casa de los jóvenes.
Entre los rivales contemporáneos del Distributismo incluimos
al capitalismo laissez-faire de los
libertarios y al nacionalismo económico de los chauvinistas. La principal
diferencia entre los tres yace en sus respectivas antropologías.
Para los libertarios, sólo los individuos
atomizados sostienen reclamos morales, sociales y económicos. Estos “hombres
económicos” eligen su propio orden moral, su propia identidad sexual, sus
propios arreglos de vida y acumulan poder y riqueza hasta el límite de sus
capacidades, suerte y energías. Los estúpidos, los débiles, los perezosos y los
desafortunados son dejados a la caridad privada. Los lazos familiares se
yerguen como barreras a la eficiencia económica y, en el mejor de los casos,
son minimizados. Para las cargas personales, tales como los padres ancianos y
los niños que escapan el aborto, la mercantilización de todo provee respuestas:
los centros de cuidado infantil al comienzo de la vida y los geriátricos para
el final.
El orden económico nacionalista de los chauvinistas
puede dar reconocimiento a una versión disminuida de los valores familiares,
pero principalmente como parte de una elaborada máquina socio-política para
potenciar la seguridad nacional. En la práctica, bajo el régimen nacionalista, la
mayoría de las familias son liberadas de las cargas de la propiedad de modo que
puedan servir mejor a las instituciones de supervivencia y orden: las
corporaciones monopolísticas que proveen bienes necesarios fabricados y
construyen elaboradas autopistas así como aeronaves, tanques y otros mecanismos
de “defensa”.
Ligado al nacionalismo económico está el Estado de
bienestar y sus bonos de alimentos, seguros sociales, alquileres subsidiados,
etc. La mayoría de las personas y las familias conservan, en el mejor de los
casos, sólo sus modestos ahorros y poseen poco de valor perdurable. Sin embargo,
podrían tener derechos sobre las chucherías del orden industrial: teléfonos
celulares, televisiones de pantalla amplia y vehículos utilitarios deportivos.
La antropología del Distributismo cristiano, en su
nivel más profundo, llega hasta la ética aristotélica, ubicando al individuo
dentro de una telaraña de relaciones humanas naturales: el matrimonio, los
hijos, la familia, los amigos y los vecinos. La identidad de cada persona está
delimitada por estos vínculos. Las entidades políticas más grandes que las
aldeas y los vecindarios son mejor vistas como agregados de comunidades
intensivas y naturales para fines limitados tales como la defensa mutua.
Las cosmovisiones económicas de cada sistema
competidor también difieren. El capitalismo laissez-faire
presenta una energía sin fin y sin descanso. Como un niño pequeño, no puede
dejar nada sin tocar. Cada interacción humana que toca debe ser transformada en
una mercancía. Todo, incluyendo los embriones, está a la venta. El sistema laissez-faire se difunde alrededor del
globo, absorbiendo a las comunidades más tradicionales en una matriz voraz,
hasta que la última de las tribus amazónicas inmaculada sucumba a las camisetas
y las zapatillas. Nada dura.
El orden económico nacionalista, por otro lado,
evoluciona hacia la economía de un Estado de seguridad. Favorece la economía de
guerra, con enemigos que nunca desaparecen: el comunismo soviético durante
cuarenta años, el “putinismo” hoy. El Estado económico nacionalista hace gastos
masivos en portaaviones, aviones espías, bombas nucleares y nuevas tecnologías
para militarizar el espacio exterior. Docenas de “agencias de inteligencia”
traman amenazas, tales como inexistentes armas iraquíes de destrucción masiva,
con el fin de desatar la guerra permanente para lograr la paz permanente.
Como hemos visto, incluso el débil virus Covid-19
puede provocar la guerra económica nacionalista, con el mismo resultado:
entidades masivas como Amazon y Walmart multiplican su tamaña mientras que los
negocios de escala familiar son destruidos. A través de llamadas al servicio
nacional obligatorio y presupuestos ocultos del control democrático, este
sistema puede pasar fácilmente a un fascismo mezquino.
La respuesta distributista cristiana a las grandes
corrupciones e inequidades que enfrentan las personas dentro del orden industrial
moderno es la propiedad privada. Como explicó el Papa León XIII en su encíclica
de 1891 sobre la economía humana, Rerum
Novarum, sólo cuando los trabajadores puedan anticipar ganar una porción de
la tierra podrá tenderse un puente sobre el golfo entre la vasta riqueza y la
absoluta pobreza. El Distributismo cristiano favorece la economía hogareña, una
medida real de autosuficiencia y la cooperación con la familia y los vecinos.
Los críticos del Distributismo cristiano comúnmente
critican su falta de especificidad. En realidad, los importantes arquitectos de
esta forma de vida han sido muy claro acerca de las políticas que deberían
perseguirse. Los distributistas ingleses como Hilaire Belloc y G. K.
Chesterton, que escribieron en la primera parte del último siglo, exigían todo
lo siguiente:
- La ruptura de los monopolios, el apoyo de una extendida participación en las ganancias y la transferencia de la propiedad a corporaciones de trabajadores;
- La redistribución de la tierra agrícola y otros recursos naturales, la imposición de los contratos de transferencia desalentando la venta de pequeñas propiedades a los grandes propietarios y el aliento de la división de grandes propiedades para la venta a las familias;
- El enjuiciamiento de los capitalistas fraudulentos, tales como los financistas detrás de la crisis económica de 2008;
- El aliento de la autosuficiencia sana, mediante el deshecho de reglas urbanas zonales que prohíben las cercas, la cría de gallinas, los huertos de verduras y los pequeños comercios;
- La descentralización de la industria, el abaratamiento de la electricidad y la expansión de las redes de energía, lo que Chesterton dijo “podría llevar a muchos pequeños talleres”;
- El aliento de una agricultura sana a campo y de escala familiar, que Belloc dijo “debe ser privilegiada contra la enfermedad social a su alrededor” en términos de crédito e impuestos;
- La restauración de los pequeños comercios y el uso de impuestos diferenciales contra los minoristas gigantes.
Los críticos replican que el régimen distributista
es foráneo a los Estados Unidos. Ésta, argumentan, ha sido siempre la tierra
del individuo fuerte, el millonario hecho a sí mismo y el líder corporativo estrafalario:
el hogar natural del gran capitalista, no del campesino o del zapatero.
El sistema económico dominante en los Estados
Unidos hasta bien adentrado el siglo XIX era, sin embargo, de carácter
distributista. Los estadounidenses de 1776 mayoritariamente levantaron sus
vidas económicas alrededor de la familia y del hogar. Como proto distributista,
la generación fundacional de estadounidenses tenían una preocupación primordial:
la tierra, especialmente la preservación de la tenencia familiar en el futuro. Su
apego al suelo no era una aventura especulativa, sino por el contrario el
fundamento necesario de hogares piadosos, lo que un observador llamó “el uso de
la tierra centrado en el niño”. La agricultura de subsistencia era la norma:
menos del 20% de las granjas producía bienes para vender en el mercado.
Las actitudes religiosas combinadas con la economía
práctica de la pequeña granja aseguraba que la descendencia fuese una
bendición, más que una maldición. Los niños llegaban a sus padres como activos,
nuevos trabajadores para la empresa familiar y fuentes de seguridad y cuidados
para los padres ancianos. Como el historiador James Henretta notó, los padres
de la economía premoderna criaban a sus hijos para “sucederlos”, no para tener “éxito”.
El tamaño promedio de la familia estaba cerca de los nueve hijos por pareja, un
guarismo casi sin precedentes en la historia demográfica global. La población
de la nueva nación se duplicaba cada veinticinco años. Hoy, las tasas de
natalidad están bastante por debajo de los niveles de reemplazo.
Entonces, ¿qué pasó? Brevemente, el viejo ideal
agrario de los Estados Unidos asociado con Thomas Jefferson se entregó, de acuerdo
con el historiador Herbert Agar, al “ambicioso capitalismo hamiltoniano”. Para 1900,
este cambio había generado a los plutócratas industriales de la Edad Dorada,
junto a una “masa de esclavos asalariados sin propiedades” en las ciudades y un
número creciente de arrendatarios y aparceros —en vez de propietarios— en el
campo. Agar concluía que la democracia estadounidense se había convertido para
1930 en “una pantalla opaca para la plutocracia”, con el capitalismo práctico
convertido en “la negación de la propiedad privada”.
Como respuesta a esto, Agar se unió al ruralista
sureño Allen Tate para producir en 1936 el volumen ¿Quiénes son los dueños de los Estados Unidos? Una nueva Declaración de
Independencia. Un año después, colaboró con los neoyorkinos Ralph Borsodi y
Chauncey Stillman para lanzar la publicación mensual, Free America: A Magazine to Promote Independence.
Las políticas abogadas por los autores en Free America se hacían eco de las de
Chesterton y Belloc, aunque con un fuerte acento estadounidense. Incluían leyes
que asistieran a los arrendatarios de granjas para convertirse en propietarios;
que prohibieran la propiedad societaria de la tierra agrícola; que pusieran fin
al tratamiento favorecido a las sociedades como “personas” bajo la constitución
federal; que dieran significativo apoyo financiero a la vivienda familiar en
terrenos aptos para la producción hogareña; que proveyeran aliento legal a las
cooperativas de producción y de consumo; que expandieran las redes eléctricas
en las áreas rurales para crear una fuente energética adecuada para las
pequeñas granjas y los talleres; y que promovieran la comida local producida en
granjas orgánicas y biodinámicas.
Desgraciadamente, la tempestad centralizadora de la
Segunda Guerra Mundial abrumó a esta revista de cruzados descentralizadores,
que dejó de publicarse en 1947. Las demandas de tiempo de guerra habían
bruscamente aumentado la presión consolidadora agrícola. “Crece o sal de en medio”
se convirtió en la política federal hacia los granjeros en la década de 1950,
llevando a la casi extinción de la agricultura de escala familiar y la
despoblación de los Estados Unidos rurales. Los suburbios estadounidenses se
hincharon en tamaño —un desarrollo con frecuencia celebrado por los
nacionalistas económicos— pero tales casas fueron típicamente construidas en
lotes demasiado pequeños para el uso productivo agrícola. Rescatado por la
guerra y el consecuente imperialismo, el capitalismo financiero ganó nuevo
lustre y control político en el hinchado Estado de bienestar. Apelaciones a “lo
pequeño” o “lo humano” hoy parecen anticuadas, incluso absurdas.
Esta economía nacionalista pronto comenzó a resquebrajarse,
sin embargo. La tentación de reabrir las fronteras estadounidenses y conseguir
trabajo barato, era irresistible y fue lograda en 1965 con la ley de
Inmigración y Nacionalidad. La Guerra de Vietnam reveló las corrupciones del
Estado de seguridad nacional y terminó en una derrota sangrienta y costosa.
Comenzando a mediados de los ’70, los Estados
Unidos, Gran Bretaña y otras naciones-estado pretendieron fusionar las
economías nacionalista y laissez-faire:
fue llamado “nuevo liberalismo”. En el camino, el gobierno estadounidense se
embarcó en una serie de guerras imposibles en Medio Oriente para sostener el
Estado de seguridad. El gran shock vino en 2008 cuando la corrupción financiera casi
destruyó el orden económico.
Y ahora, el asunto del Covid-19 ha traído un colapso
sorprendente, aunque inevitable, del sistema globalizado neoliberal. Reveladoramente,
la respuesta en casi todos los países industriales ha sido un masivo y
necesario retorno a un Distributismo de
facto: trabajar desde casa, la educación familiar, la jardinería hogareña,
la cocina casera, las gallinas del fondo, la recreación en la familia, la
oración en el hogar, etc.
Este episodio curioso, sin embargo, ha subrayado
una gran verdad: el Distributismo es el orden económico humano natural, uno que
tiene raíces en los viejos Estados Unidos y que merece el reconocimiento
cultural y político.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario