Foto: Ditchling en la década de 1920

viernes, 1 de julio de 2011

Elevarse hacia las estrellas... y más allá


La torre de varios pisos
John Senior


Existe una distinción bastante bien conocida, bastante citada pero poco entendida, entre la extensión horizontal del conocimiento y la ascensión vertical del mismo a planos superiores. Por ejemplo, es obvio que el conocimiento de la carpintería puede ser extendido horizontalmente en la práctica del oficio —un hombre puede aprender cada vez más algo haciendo simplemente eso una y otra vez, digamos colocando un piso—; y su conocimiento puede también extenderse por la aplicación de estas habilidades a cosas diferentes — desde pisos hasta escaleras, ventanas y techos—. Habrá aprendido por la práctica y aplicación cada vez mayor de las mismas operaciones.

Ahora consideremos el conocimiento del arquitecto que incluye el de la carpintería, no en la práctica, sino en sus razones. El arquitecto, al considerar los principios de la construcción como un todo, debe conocer las razones de los porqués —esto es, la diferencia entre saber cómo y saber por qué—. Todo el conocimiento de todos los carpinteros del mundo sumado nunca se igualará al del menor de los arquitectos, y el menor de los arquitectos, a pesar de que no tenga habilidad para la carpintería, entiende las razones de ella más allá de lo que lo haga el carpintero. El arquitecto, desde un plano más elevado, ve las razones de lo que hacen los carpinteros, los albañiles, los techistas y los vidrieros. Ve las razones para aquellas cosas y las integra —no  sólo las coordina, no sólo ordena líneas dispares de actividad a la manera de un capataz—; él las integra, es decir que las ve como parte de una integridad o un todo. El piso, la escalera, la ventana y el techo no son  simple coordinación, sino partes que juntas hacen una casa; son elementos constitutivos de una cosa, de la cosa una, total e integral. Pero supongamos ahora que ¡todo el conocimiento es una integridad!

Existe una famosa imagen, que nos ha llegado en diferentes versiones desde la Edad Media, que ilustra lo que es la educación. Su dibujo es una especie de torre con varios pisos en la cual el alumno con su bolso y su cuaderno ingresa por la planta baja y es recibido por un austero maestro, con ojos felices, un puntero llamado baculum y un libro, el Donatus, nombre que le viene de su autor [Elio Donato] el célebre gramático del siglo IV. Luego, en la ventana del primer piso, vemos al mismo muchacho progresando en la Lógica de Aristóteles y en la ventana del segundo piso éste alcanza la Retórica de Cicerón.

Supongamos que nos detenemos aquí por un momento para recapitular y retengamos lo en la cabeza: la Retórica es el arte liberal de la alimentación intelectual, como la Cocina es el arte servil de la alimentación física. La Retórica hace eficaz a la verdad. No es simplemente una suma de toda la Gramática o de toda Lógica, lo mismo que la Cocina no consiste en verduras cada vez más grandes. La Retórica, por el contrario, es lograr algo con las oraciones y los argumentos con que la Gramática y la Lógica nos han provisto. La Retórica es Gramática y es Lógica; ellas son sus partes constitutivas. Desde el punto de vista del plano más elevado de la Retórica, uno ve la Gramática y la Lógica desde arriba y ve las razones de sus operaciones.

Estas artes liberales difieren unas de otras verticalmente; uno se eleva de una a otra verticalmente; uno se mueve de una a otra, no a través de una extensión horizontal, sino por medio de una ascensión vertical a un nivel superior de comprensión que incluye los niveles inferiores, en forma análoga a la relación entre la parte y el todo.

En la imagen, el niño, ya adolescente, sube del tercero al sexto piso, entrando a los pisos más elevados de la Aritmética, la Geometría, la Música y la Astronomía; más allá de ellas, el joven trepa a la Filosofía, pasando  por la Física, la Biología, la Psicología, la Ética, la Economía y la Política — hasta alcanzar la Metafísica y el pico más alto, la Teología, el estudio de la mente de Dios que conoce y crea todas las cosas — en Quien, por lo tanto, el universo y todo el conocimiento se integran.

Este valiente joven que se encuentra en la cima de la escalera debe ahora descender hasta el lugar donde, en la escala del trabajo, yacen sus talentos, aprendiendo cómo hacer un arte u oficio en la práctica diaria, pero contando con una idea de su lugar en el esquema universal de las cosas; una idea con la cual los arquitectos no pueden ser arrogantes ni los carpinteros envidiosos porque ambos se saben partes de algo mucho más grande que ellos mismos. Ésa es la diferencia entre la escuela técnica y la universidad —la universidad se eleva a lo universal; integra lo horizontal en lo vertical; es un lugar donde “los jóvenes idean y los viejos sueñan”—. Y si tu educación no ha sido parecida a eso es porque ninguna institución vive de acuerdo a su misión —pero al menos algunos lo hemos intentado—.

El enseñar, dice Platón, es una especie de amistad, cuyo grado más alto es el amor, en el cual las personas se ven entre ellas como partes integrales de algo mayor que ellos mismos —un matrimonio, una familia, un colegio, una nación, una fe—.

En tu educación, pasada y futura, en tu búsqueda de la felicidad, en el matrimonio, en la amistad, en tu ocupación, en la recreación, en la política y en tus trabajos ordinarios, si puedes, busca esto —a la larga, deberás preguntarte de qué se trata todo—: ¿Parte de qué son todas estas actividades y compromisos? ¿Qué es lo que las integra? Al menos si olvidas todo lo que aprendiste en la universidad —la mayoría la olvidarás— recuerda esta pregunta —estará en el último examen final que te tomará tu propia consciencia en la última hora de tu vida—: En tu búsqueda de horizontes, de cosas horizontales, ¿haz logrado elevar tus ojos, tu mente y tu corazón hacia las estrellas —a las razones de las cosas—, y más allá, como el gran poeta Dante dice en la cima de esa torre que es su poema, hacia l’amor che move il sole e l’altre stelle (“el amor que mueve el sol y las estrellas”)?

(Reproducido en la revista Classical Homeschooling, primavera de 2001.)

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